A sus prisioneros, el jefe del campo de Albatera les dijo claramente: «por cada uno que se escape, fusilaré a diez... convertiré este campo en un cementerio si es menester». - Ante los 12.000 presos del campo; un huido, cuatro anarquistas y otro de los condenados fueron fusilados.
Trabajo forzoso y tortura eran los principales motivos de las muertes de los reclusos.
La explotación laboral fue la experiencia de miles de prisioneros y presos, como individuos y como colectivo: hombres y mujeres sometidos, obligados a perder dos veces la guerra que no iniciaron. Además de los prisioneros de guerra, miles de presos políticos fueron sacados de las cárceles para ser empleados en las más variadas tareas de reconstrucción de infraestructuras militares y civiles. Y es que el trabajo forzoso fue tan importante durante la guerra y la larga posguerra como infravalorado ha sido a la hora de crear una imagen pública del franquismo: semejante experiencia, que introdujo sus tentáculos hasta bien entrada la década de los Cincuenta, abrió un enorme espacio entre la realidad de los soldados trabajadores—primero internados en condiciones muchas veces infrahumanas en campos de concentración, y luego explotados para beneficio estatal— y una retórica que hablaba de reeducación, de la magnanimidad del Estado franquista al permitirles redimir sus pecados ideológicos, de la «necesaria aportación» de la anti España al proceso dereconstrucción nacional.
Ejemplos claros de tortura; como el de Maximiliano Fortún, a quien en el
campo de Aranda de Duero le abrieron las carnes en sucesivas palizas
hasta llegarle al pulmón, y después sus torturadores dejaron que se le
quedase pegada la camiseta que llevaba puesta. En otro campo, el de San
Juan de Mozarrifar, ataban de las muñecas al mástil de la bandera a los
prisioneros que no se descubrían al cantar el Cara al Sol.
Sofia Cipoletta y Ana María Luca
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